
Es tiempo de caminar por ese camino de felicidad que en ocasiones me he reusado a andar por miedo. Es tiempo de caminar con lo que soy, con lo que tengo , con cada una de mis capacidades y aptitudes. Soy yo, el caminante. Ése caminante que anda por los caminos de las cuatro estaciones, por los caminos de los ecosistemas de la vida. En ocasiones en la tundra, otros en el desierto, pero siempre caminando con la mirada llena de esperanza, encontrando acompañantes fieles y seguros de su andar. Mis primeros acompañantes, mis padres y mi hermana. Que siempre y a cada momentos han estado ahí, dándome agua para beber, colocando una frazada para que no sienta tan de golpe el frío.
Dentro de este trayecto he encontrado amigos, que más que amigos han pasado a ser mis hermanos; ellos me han hecho crecer y en ocasiones me han hecho ver que ando queriendo caminar por peñascos, en otras ocasiones hemos sido comparsa de primavera.
Soy un caminante que ha encontrado compañía y acompañantes. ¿Qué diferencia hay? La compañía es momentanea, por un pequeño tramo. El acompañante está en todo momento, en presencia, se preocupa, trata de dar lo mejor de sí. Tal es así, que en ocasiones quita la mochila y la carga él, para que se ande más ligero. De estos sólo pocos han estado y están en el camino.
Soy caminante, un viajero. Durante algún tiempo, gracias a la vida he estado de viaje, de aquí para allá. He conocido caminos y veredas, montes y ríos; he tenido que cruzar montañas y desiertos, para llegar a donde se me requiere. Así, he aprendido a saber cuándo es tiempo de partir, soy un caminante que deja su aliento, su sudor, su corazón en cada lugar que visita. Si se cumple aquello de que cuando uno se muere recoje los pasos, creo que tendré que andar mucho aún después de muerto.
Al andar por la vida, he tenido que aprender a cerrar círculos para seguir disfrutando del camino, que de por sí ya es la meta misma. Cada caminante tiene que saber cuándo es el tiempo de no rregresar a aquellos caminos que le impiden conocer los nuevos. Es bueno recordar aquellas andanzas, sin embargo, cuando se vive con la mera ilusión de regresar, el camino que ahora se recorre no se disfruta, el corazón, la mente están volcados en aquel camino que se dejó por que así tenía que ser. Simplemente por que no era para ese camino. La vida me ha enseñado a no apegarme a los caminos, cada uno tiene su tiempo y su espacio; si se quitó una piedra, si se colocó un puente es ventaja para los que han de andar por ahí, sino fue así no era el tiempo y no lo será.
Cada caminante sabe cuando y dónde hacer camino, sabe quién es compañía y quién es acompañante. La compañía como ya se dijo es pasajera y trae consigo la mera superficialidad, sólo nos hace ver lo externo. El acompañante nos ayuda a sabernos necesitados de la existencia como primer acompañante y después de que somos seres necesitados; somos tan tardíos en darnos cuenta de lo que es un acompañante, mejor dicho, de quién es el acompañante que la vida nos ha puesto en el camino.
Durante este camino me he dado cuenta de que el acompañante está, pero que tanto he acompañado a mis acompañantes. ¿He sido mera compañía? ¿He logrado que cada acompañante me viva tal como soy? ¿Me he puesto en su lugar? ¿He permitido que ellos y ellas entren dentro de mi corazón y yo en el de ellos y ellas? Justo en algún camino llegué a la conclusión de que no basta saber quiénes son mis amigos, sino, qué tan amigo soy yo de ellos.
Ser caminante, es celebrar la vida en cada momento. Saber que al caminar la vida nos sorprende con mil y un situaciones nuevas, con nuevos aires que impulsan a crecer y a dejar lo viejo. El acompañante nos invita a vaciar la mochila de aquello que sólo nos cansa; nos exige que la carguemos cuando ve que estamos flajeando en el camino. Nos da libertad, pero nos pide responsabilidad para poder ser auténticos hombres y mujeres de camino.
Regresando al discurso inicial, los caminos por los que he andado me han mostrado que hay que desaprender para aprender, que todo tiene un para qué. Que no sólo es necesario el conocimiento intelectual del cual en ocasiones me he gloriado, sino que hay que expandir y llegar a aceptar cada sentimiento, cada emoción para irme integrando. Empero, hay un conocimiento que me ha hecho ser fuerte y saber que el camino es maravilloso, el amor.
La vida que tengo me ha regalado experiencias muchas. Estas experiencias han ido consolidando mi existencia, y desde este punto he decidido qué caminante soy, aunque esto sólo lo sabré tres días después de mi muerte. Porque quienes lo dirán serán los acompañantes; esta existencia que es acompañante me la he hecho con sudor, lágrimas, angustia, he pasado por aquello que llaman la noche, la náusea. El proyecto existencial no se hace en un momentico, sino el camino. Quien diga que en unos minutos puede hacer un proyecto vital creo que no ha recorrido mucho, pues se necesita salir de sí mismo dentro del andar, asombrarse y ser coherente con lo que en verdad está viviendo en el interior para plasmar con actitudes el proyecto vital.
En el camino no se puede mentir. Si hay momentos de duda por saber qué es lo que hay más delante, esas emociones llegan, desnudan, pero el caminante auténtico sigue, no se detiene y se dice así mismo: es tiempo de caminar. Al caminar, el caminante toma su verdad y anda con ella, pues ésta le ayuda a pisar fuerte, a no resistirce y saberse necesitado de un abrazo, de una sonrisa, de saciar la sed física, emocional, espiritual.
Cuando camino me doy cuenta de la fragilidad que hay en el hombre, pues el camino permite que me reconozca, que acepte que las botas son grandes o chicas, esto ayuda a que siempre esté en mis botas, que siempre vaya con los pies cómodos para caminar con seguridad, firmeza y pasión al camino. Si el camino permite que ande con botas chicas o grandes me ampollaré, dejaré de caminar.
Soy un caminante que intimida con el camino. El camino va conociendo cada paso que doy, cada gota de sudor refleja una emoción, un sentimiento, en pocas palabras me experiementa, es por ello que me hace suyo. De igual manera, al andar cada camino y saber mirar, voy haciendo el camino mío. Intimidamos, él me conoce y yo sé qué platas hay, qué árboles se extienden por sus costados. Cuántos ríos hay que pasar para llegar a ese pueblo donde descansaré un par de horas para seguir la ruta.
Aun siendo íntimos, sabemos que en un momento se bifurcará y se tendrá que elegir hacia donde. Soy un caminante que opta. En el camino siempre hay que optar, cuándo, dónde, para qué. Cuándo comer, descansar, seguir, decir adiós. Dónde colocar la cabeza, dónde gritar y desahogar los enojos. Lo más maravilloso de este camino es saber para qué estoy en él. Es en él mismo donde nos confrontamos, donde surgen las confrontaciones más importantes y determinantes, seguir caminando o tender una chosa y quedarnos ahí.
El camino siempre ha de ser visto bajo la lupa de la novedad, todo es nuevo, cada paso nos enseña lo que hay de nuevo en él y en nosotros. Este camino me ha mostrado la diferencia entre andar por andar o andar con alegría. Cuando he andado por andar el camino mismo me rechaza, me saca de él. Cuando lo he caminado con alegría, me lleva a su más profundo centro donde puedo contemplar con asombro las maravillas que le habitan, desde una simple hoja, hasta los grades montes que le rodean. Desde una hormiguita, hasta las águilas que extienden sus alas en los cielos despejados.
Caminar con alegría me ha conducido a andar el camino con amor, ese amor que se da del todo sin esperar nada. Ese amor que desde él mismo habla y se permite sentir la frialdad y la indiferencia de algunos y sin más los sigue amando.
Soy un caminante, que ha encontrado grandes maestros. Algunos de ellos ya dejaron huella en el camino, otros aún siguen caminando. De aquellos que ya no están físicamente, puedo decir mil cosas, sin embargo ahora sólo les digo, con su legado en mí su presencia sigue. Quienes siguen caminando siguen siendo acompañantes, unos con gratitud en mis memorias, otros están ahí en los momentos indicados para darme luz.
El camino, me ha enseñado a saber que la humildad se aprende en él. Que lo que soy ahora es la construcción de lo que hecho en este tramo que no es grande, ni pequeño, es lo que me ha tocado y he querido recorrer.
Aunque el camino me ha enseñado a soportar el dolor, también ha sido fiel compañero en mis momentos de quebranto, en esos momentos donde he quedado hecho añicos. Él me toma, me sirve de sus ungüentos y me sana las heridas para que siga caminando.
Este gran acompañante que es el camino me ha mostrado que no hay límites para seguir, me ha dado la fuerza para encontrar alimento, para lavar mi cuerpo en sus ríos; siempre ahí, fiel, atesorándome y respaldando mis pasos.
En este camino, no soy un caminante más. Soy el caminante que siempre anda de bien en mejor y de mejor en excelente. Ojalá que algún día alguién me recuerde no como la compañía, sino como el acompañante.
La expericia más trascendente de este caminar es que he hecho convicción de vida Bendecir, Amar y Agradecer cada paso, bajo cada condición atmosférica. Bajo cada sentimiento de triunfo o de derrota. Hoy sólo puedo decir que Bendigo, Amo y Agradezco a quienes son acompañantes en mi camino.
Luz y Bendiciones.
Dentro de este trayecto he encontrado amigos, que más que amigos han pasado a ser mis hermanos; ellos me han hecho crecer y en ocasiones me han hecho ver que ando queriendo caminar por peñascos, en otras ocasiones hemos sido comparsa de primavera.
Soy un caminante que ha encontrado compañía y acompañantes. ¿Qué diferencia hay? La compañía es momentanea, por un pequeño tramo. El acompañante está en todo momento, en presencia, se preocupa, trata de dar lo mejor de sí. Tal es así, que en ocasiones quita la mochila y la carga él, para que se ande más ligero. De estos sólo pocos han estado y están en el camino.
Soy caminante, un viajero. Durante algún tiempo, gracias a la vida he estado de viaje, de aquí para allá. He conocido caminos y veredas, montes y ríos; he tenido que cruzar montañas y desiertos, para llegar a donde se me requiere. Así, he aprendido a saber cuándo es tiempo de partir, soy un caminante que deja su aliento, su sudor, su corazón en cada lugar que visita. Si se cumple aquello de que cuando uno se muere recoje los pasos, creo que tendré que andar mucho aún después de muerto.
Al andar por la vida, he tenido que aprender a cerrar círculos para seguir disfrutando del camino, que de por sí ya es la meta misma. Cada caminante tiene que saber cuándo es el tiempo de no rregresar a aquellos caminos que le impiden conocer los nuevos. Es bueno recordar aquellas andanzas, sin embargo, cuando se vive con la mera ilusión de regresar, el camino que ahora se recorre no se disfruta, el corazón, la mente están volcados en aquel camino que se dejó por que así tenía que ser. Simplemente por que no era para ese camino. La vida me ha enseñado a no apegarme a los caminos, cada uno tiene su tiempo y su espacio; si se quitó una piedra, si se colocó un puente es ventaja para los que han de andar por ahí, sino fue así no era el tiempo y no lo será.
Cada caminante sabe cuando y dónde hacer camino, sabe quién es compañía y quién es acompañante. La compañía como ya se dijo es pasajera y trae consigo la mera superficialidad, sólo nos hace ver lo externo. El acompañante nos ayuda a sabernos necesitados de la existencia como primer acompañante y después de que somos seres necesitados; somos tan tardíos en darnos cuenta de lo que es un acompañante, mejor dicho, de quién es el acompañante que la vida nos ha puesto en el camino.
Durante este camino me he dado cuenta de que el acompañante está, pero que tanto he acompañado a mis acompañantes. ¿He sido mera compañía? ¿He logrado que cada acompañante me viva tal como soy? ¿Me he puesto en su lugar? ¿He permitido que ellos y ellas entren dentro de mi corazón y yo en el de ellos y ellas? Justo en algún camino llegué a la conclusión de que no basta saber quiénes son mis amigos, sino, qué tan amigo soy yo de ellos.
Ser caminante, es celebrar la vida en cada momento. Saber que al caminar la vida nos sorprende con mil y un situaciones nuevas, con nuevos aires que impulsan a crecer y a dejar lo viejo. El acompañante nos invita a vaciar la mochila de aquello que sólo nos cansa; nos exige que la carguemos cuando ve que estamos flajeando en el camino. Nos da libertad, pero nos pide responsabilidad para poder ser auténticos hombres y mujeres de camino.
Regresando al discurso inicial, los caminos por los que he andado me han mostrado que hay que desaprender para aprender, que todo tiene un para qué. Que no sólo es necesario el conocimiento intelectual del cual en ocasiones me he gloriado, sino que hay que expandir y llegar a aceptar cada sentimiento, cada emoción para irme integrando. Empero, hay un conocimiento que me ha hecho ser fuerte y saber que el camino es maravilloso, el amor.
La vida que tengo me ha regalado experiencias muchas. Estas experiencias han ido consolidando mi existencia, y desde este punto he decidido qué caminante soy, aunque esto sólo lo sabré tres días después de mi muerte. Porque quienes lo dirán serán los acompañantes; esta existencia que es acompañante me la he hecho con sudor, lágrimas, angustia, he pasado por aquello que llaman la noche, la náusea. El proyecto existencial no se hace en un momentico, sino el camino. Quien diga que en unos minutos puede hacer un proyecto vital creo que no ha recorrido mucho, pues se necesita salir de sí mismo dentro del andar, asombrarse y ser coherente con lo que en verdad está viviendo en el interior para plasmar con actitudes el proyecto vital.
En el camino no se puede mentir. Si hay momentos de duda por saber qué es lo que hay más delante, esas emociones llegan, desnudan, pero el caminante auténtico sigue, no se detiene y se dice así mismo: es tiempo de caminar. Al caminar, el caminante toma su verdad y anda con ella, pues ésta le ayuda a pisar fuerte, a no resistirce y saberse necesitado de un abrazo, de una sonrisa, de saciar la sed física, emocional, espiritual.
Cuando camino me doy cuenta de la fragilidad que hay en el hombre, pues el camino permite que me reconozca, que acepte que las botas son grandes o chicas, esto ayuda a que siempre esté en mis botas, que siempre vaya con los pies cómodos para caminar con seguridad, firmeza y pasión al camino. Si el camino permite que ande con botas chicas o grandes me ampollaré, dejaré de caminar.
Soy un caminante que intimida con el camino. El camino va conociendo cada paso que doy, cada gota de sudor refleja una emoción, un sentimiento, en pocas palabras me experiementa, es por ello que me hace suyo. De igual manera, al andar cada camino y saber mirar, voy haciendo el camino mío. Intimidamos, él me conoce y yo sé qué platas hay, qué árboles se extienden por sus costados. Cuántos ríos hay que pasar para llegar a ese pueblo donde descansaré un par de horas para seguir la ruta.
Aun siendo íntimos, sabemos que en un momento se bifurcará y se tendrá que elegir hacia donde. Soy un caminante que opta. En el camino siempre hay que optar, cuándo, dónde, para qué. Cuándo comer, descansar, seguir, decir adiós. Dónde colocar la cabeza, dónde gritar y desahogar los enojos. Lo más maravilloso de este camino es saber para qué estoy en él. Es en él mismo donde nos confrontamos, donde surgen las confrontaciones más importantes y determinantes, seguir caminando o tender una chosa y quedarnos ahí.
El camino siempre ha de ser visto bajo la lupa de la novedad, todo es nuevo, cada paso nos enseña lo que hay de nuevo en él y en nosotros. Este camino me ha mostrado la diferencia entre andar por andar o andar con alegría. Cuando he andado por andar el camino mismo me rechaza, me saca de él. Cuando lo he caminado con alegría, me lleva a su más profundo centro donde puedo contemplar con asombro las maravillas que le habitan, desde una simple hoja, hasta los grades montes que le rodean. Desde una hormiguita, hasta las águilas que extienden sus alas en los cielos despejados.
Caminar con alegría me ha conducido a andar el camino con amor, ese amor que se da del todo sin esperar nada. Ese amor que desde él mismo habla y se permite sentir la frialdad y la indiferencia de algunos y sin más los sigue amando.
Soy un caminante, que ha encontrado grandes maestros. Algunos de ellos ya dejaron huella en el camino, otros aún siguen caminando. De aquellos que ya no están físicamente, puedo decir mil cosas, sin embargo ahora sólo les digo, con su legado en mí su presencia sigue. Quienes siguen caminando siguen siendo acompañantes, unos con gratitud en mis memorias, otros están ahí en los momentos indicados para darme luz.
El camino, me ha enseñado a saber que la humildad se aprende en él. Que lo que soy ahora es la construcción de lo que hecho en este tramo que no es grande, ni pequeño, es lo que me ha tocado y he querido recorrer.
Aunque el camino me ha enseñado a soportar el dolor, también ha sido fiel compañero en mis momentos de quebranto, en esos momentos donde he quedado hecho añicos. Él me toma, me sirve de sus ungüentos y me sana las heridas para que siga caminando.
Este gran acompañante que es el camino me ha mostrado que no hay límites para seguir, me ha dado la fuerza para encontrar alimento, para lavar mi cuerpo en sus ríos; siempre ahí, fiel, atesorándome y respaldando mis pasos.
En este camino, no soy un caminante más. Soy el caminante que siempre anda de bien en mejor y de mejor en excelente. Ojalá que algún día alguién me recuerde no como la compañía, sino como el acompañante.
La expericia más trascendente de este caminar es que he hecho convicción de vida Bendecir, Amar y Agradecer cada paso, bajo cada condición atmosférica. Bajo cada sentimiento de triunfo o de derrota. Hoy sólo puedo decir que Bendigo, Amo y Agradezco a quienes son acompañantes en mi camino.
Luz y Bendiciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario